Doña María Teresa de Braganza, viuda del pretendiente Carlos V, publicó en 1863 su “Carta a los españoles”, proclamando a su nieto D. Carlos como legítimo heredero de los derechos de su abuelo, bajo el título de Carlos VII.
En 1866 escribió a su padre declarándose jefe de los carlistas y en 1868 presidió en Londres un Consejo con las principales figuras del carlismo para relanzar el movimiento, aprovechando la crisis del régimen isabelino.
Tras la Revolución de Septiembre, se dirigió a París, donde el 3 de octubre de 1868 su padre abdicó en su favor, aunque buena parte de los carlistas ya lo tenían como su rey desde 1864, cuando la princesa de Beira así lo proclamó, como el rey legítimo, en la citada Carta a los españoles.
Disfrazado, Don Carlos se adentró en España a través de los Pirineos, acompañado de Rafael Tristany, el marqués de Vallecerrato y el marqués de Benavent. Volviendo a Paris, se dedicara a reorganizar a sus partidarios.
En octubre de 1869, Don Carlos entregó la dirección político-militar del carlismo a Ramón Cabrera, quien dimitió en marzo de 1870 debido a discrepancias con el pretendiente y con notables figuras del movimiento carlista. En abril, Don Carlos decidió asumir personalmente la jefatura del carlismo tras una conferencia que tuvo lugar el 18 de abril de 1870 en Vevey (Suiza) en la que reunió a los notables carlistas, impulsando la Comunión Católico-Monárquica, que presidía el marqués de Villadarias y que tenía como secretario a Joaquín María de Múzquiz.
El 2 de mayo de 1872 entró en Navarra por Vera para ponerse a la cabeza de las partidas que comenzaban a proliferar al socaire de la inestabilidad política del momento.
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